domingo, 5 de diciembre de 2010

Injusta Prosperidad Artificial

La ciudad de Ambato se ha convertido, según nos dicen, en la muestra empírica de las bondades del modelo proteccionista aplicado por el gobierno ecuatoriano. Al parecer la sustitución de importaciones ha hecho de la ciudad una joya: tiene bajo desempleo y su industria florece. Específicamente el caso de éxito se centra en su industria de calzado.

Es indudable que la industria del calzado crece como nunca gracias a los aranceles impuestos a las importaciones de zapatos desde el extranjero. Imponer un arancel a productos que podríamos importar de afuera beneficia a la industria nacional que fabrica ese producto; incluso si la industria nacional que fabrica ese producto es muy ineficiente y sus precios poco competitivos.

Dada esta ventaja artificial quien resulta perjudicado es el consumidor. Miles de consumidores tendrán que pagar más por un producto de calidad inferior o a un precio mayor al que podría encontrar en un mercado libre de aranceles. El perjuicio esta distribuido en los miles de consumidores de zapatos a nivel nacional. Las medida proteccionista protegerá a centenas o decenas de productores. Esto no hace más que propiciar la desigualdad dándole un mercado cautivo a uno o varios empresarios.

Parafraseando a Frederic Bastiat, el agudo intelectual francés del siglo XIX, este es el típico caso donde lo que “se ve” está concentrado en unos pocos beneficiarios y es fácil de identificar y lo que “no se ve” es decir el perjuicio esta disperso en muchos afectados y es difícil de identificar.

Henry Hazlitt en su libro “La Economía en Una Lección” nos indica que aparte de los consumidores existe un segundo grupo de afectados por esta medida, otros empresarios:

El arancel ha sido definido como un medio de beneficiar al productor a expensas del consumidor. Ello es correcto en un sentido. Los partidarios del arancel piensan solamente en los intereses de los fabricantes directamente beneficiados por los derechos de que se trata. Olvidan, desde luego, el interés del consumidor, al que directamente perjudica el pago de tales gravámenes. Pero es equivocado examinar el problema arancelario como si se tratase de un conflicto de intereses entre consumidores y fabricantes, considerados en su conjunto. Es cierto que los aranceles perjudican a todos los consumidores en cuanto tales. Pero es equivocado suponer que benefician a todos los fabricantes en cuanto tales. Por el contrario, como acabamos de ver, subvencionan a los fabricantes protegidos a expensas de todos los demás fabricantes nacionales y particularmente de aquellos que poseen un mercado potencial de exportación más amplio.

Ilustremos con un ejemplo lo que indica por Hazlitt, digamos que por ejemplo los aranceles elevan una cantidad de dólares a todos los pares de zapatos, adicionalmente el precio de los zapatos nacionales sube porque los empresarios tienen un mercado cautivo. En resumen el ecuatoriano deberá desembolsar un monto mayor de sus ingresos para comprar zapatos. En otras palabras lo que esta a la vista es todos los puestos de trabajo que no crearon o se destruyeron cuando se dejar de consumir bienes y servicios con ese dinero extra que le quedaba al consumidor al adquirir un par de zapatos importados baratos. Antes con el mismo dinero que compraba un par de zapatos y unas medias, ahora solo nos alcanza para los zapatos.

Esto hace más pobre al consumidor pues tendrá solo los zapatos (posiblemente de menor calidad) y si quiere las medias tendrá que abonar dinero extra, también hace más pobre al comerciante de las medias que verá reducidas sus ventas o al desempleado que podría haber sido empleado en la industria de medias.

Los teóricos del proteccionismo que es el otro nombre para el mercantilismo, el corporativismo o la sustitución de importaciones justifican sus medidas indicando que al importar productos del exterior las industrias nacionales son afectadas en sus ingresos y por ende el desempleo aumenta. Hay dos aclaraciones a esta verdad; la primera para contrarrestar este efecto la industria nacional, ya sin la protección artificial del Estado, deberá ofrecer un mejor producto a un menor precio; pues solo así se convertirá en la primera opción de compra para los consumidores ecuatorianos. La única manera de hacerlo es siendo más competitivos y eficientes. Otra opción es que se dediquen a producir algo en lo que si puedan competir.

Si no podemos competir con los chinos en zapatos, juguetes y baratijas; debemos cerrar esas industrias en el Ecuador y dedicarnos a producir lo que nos resulte más ventajoso y en lo que seamos más productivos. Debemos aprovechar la división del trabajo global que nos permite comprar al menor precio posible un bien o servicio.

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La segunda, efectivamente un mercado libre produce perdedores específicamente los trabajadores y empresarios ligados a las industrias que no pueden competir con los productos fabricados en el extranjero. Pero en este caso tenemos dos claros beneficiarios: los consumidores que conseguirán un producto a un mejor precio por lo cual tendrán mas dinero en su bolsillo para destinarlo a consumir otros bienes o servicios. De esta manera se benefician los empresarios y trabajadores que producen otros productos y servicios a los que los consumidores destinarán su dinero extra. No existe un aumento del desempleo sino un desplazamiento de los trabajadores de las industrias afectadas, por ejemplo la del calzado, a las empresas cuyas actividades se verán beneficiadas.

La realidad es que se esta engañando a mucha gente haciéndole creer que al limitar las opciones de compra de los consumidores por arte de magia aparecen productivos empresarios que a su vez disminuyen el desempleo al contratar empleados. Esta prosperidad artificial, un verdadero juego de suma cero, solo favorece a sus directos implicados pero empobrece al país como conjunto. Nuevamente cito a Henry Hazlitt:

Hemos visto que el sobreprecio que los consumidores pagan por un artículo protegido reduce en una suma igual su capacidad adquisitiva para comprar otros artículos. No se deriva de ello ganancia alguna para la industria del país considerada en su conjunto. Pero como resultado de tal barrera artificial levantada contra los productos extranjeros, el trabajo, el capital y la tierra son desviados de las producciones más rentables a otras que ofrecen menores perspectivas. Por lo tanto, como consecuencia de los obstáculos arancelarios, la productividad media del trabajo y del capital nacional queda reducida.

Como conclusión todo arancel favorece a pocos interesados a cambio de perjudicar a un número grande de consumidores que estará tan disperso como para tomar cartas en el asunto y reclamar al respecto. El beneficio debería estar del lado del consumidor, que somos todos, mas no del productor con conexiones políticas. Si en verdad no se quiere favorecer a grupos de presión determinados se debería apoyar un verdadero libre mercado sin aranceles, cuotas de importación u otras barreras al comercio. No se debería dar protección artificial a industrias nacionales ruinosas que sin esta no durarían mucho tiempo en el mercado a costa de otras empresas más eficientes y competitivas.

viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Qué le ha hecho el Gobierno a nuestras familias? (2/2)

Se puede ver la primera parte de este artículo aquí.

Entre 1935 y 1975, la agenda interna de los Myrdals guió a trompicones la evolución del Estado de bienestar sueco. Los períodos de activismo político y burocrático de 1935 a 1938, de 1944 hasta 1948, y de 1965 hasta 1973, fueron interrumpidos por la evidente y tenaz resistencia de la población sueca, o por restricciones presupuestarias que retrasaron su plena aplicación. Sin embargo, al final del proceso, la mayoría de los elementos de la agenda de la familia Myrdal estaban en su lugar.

¿Cuáles fueron los resultados concretos? Con la familia despojada, por mandato del Estado de todas las funciones productivas, de todas las funciones de seguro y el bienestar y de casi todas las funciones del consumo, causó poca sorpresa que cada vez menos suecos decidieran vivir en familia. La tasa de nupcialidad cayó a un mínimo histórico entre las naciones modernas, mientras que la proporción de adultos que vivían solos se disparó. En el centro de Estocolmo, por ejemplo, las dos terceras partes de la población vivían en hogares unipersonales a mediados de la década de 1980. Con los costos y beneficios de los niños totalmente socializados y con los beneficios económicos naturales de los matrimonios deliberadamente eliminados por ley, el sostenimiento de los niños fue separado también del matrimonio: en 1990, más de la mitad de los nacimientos suecos se encontraban fuera del matrimonio.

También los niños disfrutaron como "derechos" una parcela grande de beneficios aportados por el Estado: atención médica y dental gratuita, transporte público abundante y barato, comidas gratis, educación gratuita e incluso "defensores del niño" estatales a su disposición para intervenir cuando los padres excedieran sus límites. Los niños tampoco necesitaban de una "familia": el Estado ahora se desempeñaba como su padre real.

En efecto, el sociólogo de la Universidad de Rutgers David Poponoe sugiere que el término "Estado de bienestar" no hace justicia a esta forma de total dependencia personal en el gobierno. En su lugar, utiliza la etiqueta, "sociedad clientelista", para describir a una nación "en la que los ciudadanos son mayoritariamente clientes de un grupo grande de empleados públicos que se ocupan de ellos durante toda su vida."

En Suecia, las personas mayores son "libres" de la potencial dependencia sobre sus hijos mayores; bebés, niños pequeños y adolescentes son "libres" de la dependencia de sus padres para la protección y apoyo básico; los adultos son "libres" de las obligaciones significativas ya sea para sus padres biológicos, o para sus hijos, y los hombres y las mujeres son "libres" de cualquiera de las promesas mutuas, alguna vez incorporadas en el matrimonio. Esta "libertad" ha venido a cambio de una dependencia universal y común con el Estado, y la burocratización casi completa de lo que había sido la vida familiar. Von Mises tenía razón: demostró que aquí no existe "camino medio", más bien, Suecia representa una versión más completa y por lo tanto más opresiva del doméstico orden socialista, una que supera en su integridad incluso a la de la Unión Soviética. Pero el Estado moderno de bienestar sueco contiene sus propias contradicciones, problemas que están llegando a un primer plano.

Para empezar, la "contradicción demográfica" del Estado del bienestar no es tan fácil de desterrar. En un orden democrático de búsqueda de rentas, los que controlan el mayor número de votos disfrutan de una mayor ganancia. Incluso en Suecia, sigue siendo cierto que votan los mayores mientras los niños no lo hacen. Mientras que en Suecia la "política familiar" ha sido lo suficientemente eficaz como para destruir a la familia como una entidad independiente, no ha tenido éxito en poner fin al flujo neto de los programas estatales y los ingresos de los relativamente jóvenes a los relativamente viejos.

En segundo lugar, el estado clientelista no puede proporcionar toda la atención necesaria en una sociedad, simplemente porque sería demasiado costoso. Sin embargo, al mismo tiempo, las familias en el Estado de bienestar son sancionadas cuando prestan atención a los suyos por cuenta propia, porque con ello renuncian a los beneficios de la atención pública y son recompensados con la atención pública sólo cuando dejar de dar atención basada en la familia. El oficial del Estado de bienestar danés Bent Andersen explicó el problema de esta manera:

El estado del bienestar racionalmente fundado tiene una contradicción intrínseca: para poder cumplir con las funciones previstas, los ciudadanos deben abstenerse de explotar a su máximo los servicios y prestaciones, es decir, deben comportarse irracionalmente, motivados por controles sociales informales, que sin embargo, tienden a desaparecer a medida que crece el Estado de bienestar.

Esta contradicción ha sido la fuerza impulsora detrás de la reciente rebelión contra el estado clientelista moderno, una rebelión que comenzó (entre los países escandinavos) en Dinamarca y Noruega a través del éxito electoral de los partidos anti-estatistas Progreso, y que ahora se ha extendido a Suecia. Apenas el mes pasado, los socialdemócratas suecos sufrieron una derrota política importante, perdieron el poder en las elecciones nacionales a favor de una coalición de centro-derecha, unidos por un compromiso común para reducir el Estado de bienestar. Particularmente sorprendente fue la aparición de dos nuevos partidos, que ganaron bloques de escaños en el Riksdag sueco (o Parlamento) por primera vez.

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La primera de ellas, la Democracia Cristiana, hizo del lamentable estado de la vida familiar sueca su tema central de plataforma. Hicieron un llamamiento para una reducción en la interferencia burocrática en las relaciones familiares, y el fin de los incentivos estatales que alientan los nacimientos fuera del matrimonio y desalientan el cuidado de los padres hacia los niños. El otro partido, llamado la Nueva Democracia, combina temas libertarios de fuertes reducciones fiscales, fuertes reducciones de beneficios, y el fin de la ayuda extranjera con medidas destinadas a frenar la inmigración. En conjunto, estos nuevos grupos mantienen el equilibrio del poder parlamentario. La eliminación de las prestaciones sociales rara vez ha tenido éxito en cualquier país moderno, pero por primera vez desde 1930 los suecos tienen la oportunidad de recuperar un cierto grado de autonomía familiar y libertad personal.

Por todos los signos, entonces, parecería que el modelo sueco, "el camino del medio", la tercera opción, ha sido desacreditado en el momento mismo que el comunismo, la “otra” vía, se ha derrumbado. Desafortunadamente, sin embargo, el modelo sueco vive y pronto puede prosperar en los Estados Unidos, donde la lógica y los argumentos utilizados por el Myrdals en la década de 1930 están a punto de tener éxito político.

En un volumen de 1991, titulado “When the Bough Breaks”, emitido por Basic Books (la editorial preeminentemente neo-conservadora), la economista Sylvia Ann Hewlett, escribe: "En el mundo [moderno], no sólo son los niños "inútiles" para sus padres, ellos implican grandes gastos de dinero. Las estimaciones del costo de criar a un hijo están en el rango de $ 171.000 a $ 265.000. A cambio de esos gastos, "se espera un niño provea amor, sonrisas y satisfacción emocional," pero no dinero o trabajo. "

Continúa: "Lo que nos lleva a un dilema crítico en América Esperamos que los padres gasten cantidades extraordinarias de dinero y energía en la crianza de sus hijos, cuando es la sociedad en general la que recoge las recompensas materiales Los costos son privados, los beneficios son cada vez más… públicos.... En la edad moderna, confiar en la vinculación irracional de los padres para financiar la empresa de criar niños es un negocio arriesgado, temerario y cruel. Es hora de que aprendamos a compartir los costos y las cargas de la crianza de nuestros hijos. Es tiempo para tomar parte de la responsabilidad colectiva para la próxima generación."

Hewlett va a diseñar una nueva agenda para América, incluyendo el permiso parental mandatorio, acceso gratuito garantizado a la atención de salud materno-infantil, la provisión estatal de cuidado infantil de calidad, más "inversión en educación," importantes subvenciones para vivienda de familias con niños, y así sucesivamente.

¿Le suena familiar? Debería, estos son los argumentos básicos y el orden del día propuestos para los suecos por Alva y Gunnar Myrdal, en 1934, aunque despojados de su más radicales retórica abiertamente socialista. Sin embargo, este es un libro que llevó al Presidente (retirado) de Procter and Gamble, Owen Butler, a afirmar que: "La conclusión es ineludible, a menos que invirtamos más sabiamente en nuestros niños hoy en día, el futuro económico y social de la nación está en peligro. " Estos son también los argumentos que están dominando la llamada “nueva política de los niños” en Washington.

Al mismo tiempo, "la política social de prevención" se ha convertido en el grito de guerra de otros proponentes americanos del cambio. Los argumentos suenan familiares: la ayuda de los funcionarios del Estado al principio de la vida es más económico y más eficaz que la ayuda más tarde, mientras más larga es la espera antes de descubrir los síntomas de estrés más costoso será; las intervenciones tempranas presentan el problema de toda inversión en crecimiento el cual es que los dividendos vendrán después ", etc, etc. Todo esto suena razonable de cierta manera, pero el producto final será una pesadilla burocrática del gobierno y la virtual destrucción de la familia en América.

En el informe de septiembre de la Junta Consultiva sobre el Maltrato y el Abandono Infantil en EE.UU se capta el sabor de este inminente nuevo orden americano. Este panel, nombrado exclusivamente por los gobiernos de Reagan y Bush, denomina al abuso infantil una "emergencia nacional", y añade: "Ningún otro problema puede ser igual en su poder para causar o exacerbar una serie de males sociales." La principal conclusión del informe es que los gobiernos federal y estatal han dedicado demasiado tiempo a la investigación de casos sospechosos de abuso, sino que el gobierno federal debe centrarse en la prevención del abuso y el abandono antes de que sucedan. La Junta recomienda que el Gobierno Federal desarrolle de inmediato un programa nacional de "visitas domiciliarias" a todos los nuevos padres y sus bebés por los trabajadores de salud del gobierno y los investigadores sociales, que identificarán a los abusadores potenciales y los ayudarán.

Además de este planteamiento de un "burócrata de bienestar en cada hogar", la Junta hace un llamamiento para una "política nacional de protección de la infancia", donde el gobierno federal garantice el derecho de todos los niños a vivir en un ambiente seguro con herramientas apropiadas para su aplicación.

Hewlett esta en lo correcto, por supuesto, acerca de las fallas en la seguridad social estadounidense existente: hemos socializado el valor económico de los niños pero hemos dejado los costes individuales a los padres. Los Estados Unidos en 1991, como Suecia en 1934, tienen una versión incompleta del modelo de Estado de bienestar puro. Ella acierta también al indicar que esto tiene un precio: el número de niños estadounidenses nacidos cada año dentro del matrimonio se ha estancado a lo largo de los años ochentas a un nivel del 30 por ciento por debajo de la tasa de crecimiento cero. Los estadounidenses simplemente no están invirtiendo su tiempo y su dinero en más de uno o dos niños, en gran parte porque no es digno de su tiempo. (La tasa de natalidad general, es cierto, ha subido un poco, pero esto se debe enteramente a la fuerte alza en el número de los nacimientos fuera del matrimonio de 665.000 en 1980 a más de 1.000.000 en 1990, estos nacimientos al parecer son subvencionados por el sistema de bienestar también.)

Pero hay una alternativa a la "solución sueca". Es una de la que la Dra. Hewlett se niega a hablar, y es la que los Myrdals calificaron de "más allá del debate razonable" hace sesenta años. Esta opción se llama "sociedad libre", en donde en lugar de completar el sistema de bienestar estatal clientelista mediante la extensión de los tentáculos burocráticos completamente alrededor de los niños, en lugar desmantela lo que ya lo han hecho. El programa es simple, radical y pragmáticamente anti-burocrático:

- Acabar con la educación obligatoria y controlada por el Estado, dejando la formación y educación de los hijos a sus propios padres o tutores legales.

- Abolir las leyes de trabajo infantil, una vez más razonando que los padres o tutores son los mejores jueces de los intereses y el bienestar de los niños, mucho mejor que cualquier combinación de los burócratas del Estado.

- Desmantelar el sistema de Seguridad Social, dejando la protección o la seguridad en la vejez que se proporcionen nuevamente por los individuos y sus familias.

Estos actos restauraran los beneficios económicos de los niños hacia los padres, y así podrán poner fin a la contradicción anti-niños que está en el centro del incompleto Estado de bienestar.

La mayoría de los comentaristas responden que estas acciones serían imposibles, inconcebibles en una sociedad industrial moderna. Teniendo en cuenta las realidades y complejidades del mundo moderno, dirán que el resultado será el caos si nos ocupamos en estas actividades reaccionarias.

Mi respuesta sería apuntar a grupos dispersos en los Estados Unidos, que por algún capricho histórico sorprendente o algún milagro político, todavía habitan una de las pocas "zonas de libertad" que sobreviven bajo ese régimen "imposible".

Un ejemplo inesperado pero interesante es el de los Amish, que vencieron las amenazas del gobierno a sus prácticas especiales de educación limitada (es decir, la escuela sólo por profesores Amish y sólo hasta el octavo grado), que hacen un uso intensivo de mano de obra infantil y que evitan por principio la Seguridad Social (así como la asistencia social del gobierno a las granjas). No sólo los Amish han logrado sobrevivir en un entorno de mercado industrial, sino que han prosperado. Sus familias son tres veces más grandes que el promedio americano. Cuando enfrentan una competencia leal, sus fincas producen beneficios en "momentos buenos y malos."

Su tasa de ahorro es extraordinariamente alta. Sus prácticas agrícolas, desde cualquier punto de vista ambiental, son ejemplares, marcada por una gestión comprometida de la tierra y la evitación de los productos químicos y fertilizantes artificiales. En un momento en que el número de agricultores estadounidenses ha caído fuertemente, las colonias agrícolas amish se han extendido ampliamente, desde una base en el sureste de Pennsylvania a Ohio, Indiana, Iowa, Michigan, Wisconsin y Minnesota.

Es cierto que relativamente pocos estadounidenses contemporáneos optan por vivir como los Amish, dada una verdadera libertad de elección. Por otra parte, nadie puede estar seguro de lo que Estados Unidos sería si los ciudadanos fueran liberados de la norma burocrática sobre las familias que comenzó a imponerse aquí hace más de cien años, comenzando con el auge de la escuela pública obligatoria.

Sin embargo no tengo absolutamente ninguna duda que bajo un régimen de verdadera libertad las familias serían más fuertes, los niños más abundantes y los hombres y mujeres más felices y contentos. Para mí, eso es suficiente.

[Publicado el 06 de enero 2004, a partir de un documento que fue escrito e impreso en 1991]

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Allan Carlson, autor de "El experimento de Suecia en la política familiar y de Familia: Reflexiones sobre la crisis social americana”, es presidente del Howard Center en Rockford, Illinois. Escribió este artículo para la conferencia Williamsburg del Instituto Mises sobre "La economía política de la burocracia." Allan@profam.org

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